< VII >





En un motel pequeño, Nosferatu se sienta en una silla junto a una mesa. Fuma cigarrillos. Parece serio.

Dos mujeres están en la cama.

Una de ellas tiene treinta años. Bonita, de carácter fuerte, con estrías en el cuerpo producto de varios embarazos fallidos, está desnuda y lleva puesto en la cintura un consolador con arnés. Está fumando también.

La otra, es una joven de dieciocho años. Es linda y compacta. Tiene las cejas oscuras, Nosferatu la eligió entre varias por su aspecto árabe.

Hablan entre ellas.

Sobre sus hombres, y sobre sus otros hombres, y a veces, sobre el precio de la gasolina.

Nosferatu no habla.

La televisión está encendida. Transmiten un programa sobre las prisiones.

Las mujeres recién terminaron de tener sexo en frente de Nosferatu. Nosferatu no se les unió, ni siquiera tuvo la intención de masturbarse.

Nosferatu le entrega a cada una un billete de cien dólares.

Dejan de hablar.

Le miran.

Él mira a la pared.

Nosferatu les dice: "Eso es para que me dejen hablar. No quiero ser interrumpido. Me gustaría dar un breve discurso".

La mayor de las dos mujeres dice, "Muy bien; comprendido".

"Solía ser mortal. Me gustaba el sexo. Solía agarrar un buen pedazo de culo y darle duro, duro, duro. Le daba y miraba, y eso me hacía sentir bien. Estaba bien. Era normal. Pero ya no me siento así. Ya no puedo con esto, (Nosferatu señala a su entrepierna) ya no puedo agarrar un buen culo con estas manos, (Nosferatu levanta sus manos). He vivido mucho tiempo, no pregunten cuánto. Soy capaz de conseguir lo que quiera, y lo obtengo. Pero no puedo cambiar este cuerpo. Siempre he mirado de esta manera. Esta es mi cara, (Nosferatu señala su cara). Estos son mis brazos y mis piernas y mi vientre. Mis bolas nunca han cambiado. Solía andar de uniforme; he jugado a ser muchas personas. He hecho puentes, he matado a muchos, he tenido diferentes hábitos que reflejan diferentes tipos de personalidades, he permanecido en la cima de las montañas, he meado junto a los camellos en el desierto, he pasado por muchos nombres. Pero siempre he tenido el mismo cuerpo. Puede que ya no pueda tener sexo con este cuerpo. Darle a los coños de las mujeres o al orto de los hombres. Ya no me causan ningún entusiasmo, eso no me genera una sensación progresiva de satisfacción. Creo que si tuviera un cuerpo diferente podría ser capaz de tener sexo de nuevo. Pero no puedo. No puedo cambiar de cuerpos. Estoy condenado a este cuerpo. Puedo fingir que soy un dios, un campesino, un borracho, incluso puedo fingir que soy un perro. Pero no puedo cambiar el hecho de que cuando los demás me ven, vean esta cara, vean estos brazos. No saben nada de mí, así que puedo convencerlos de lo que sea. Podría decirles que soy un abogado y ustedes lo podrían creer, ustedes le podrían decir a sus amigos que trabajaron para un abogado esta noche. Podría decirles que soy un contador, que conduzco un camión propio y que yo soy un camionero orgulloso; podría decirles que soy un ciclista profesional, podría pretender ser una persona alegre, un buscavidas, o una pequeña sabandija triste y solitaria, o un hombre determinado con ansias de aventuras y buscador de riesgo. Podría fumar y ser un fumador y no fumar y ser un no fumador. Pero no importa cómo me comporte, ustedes seguirán viendo mi cabello castaño, los varios lunares pequeños en mi cara, mi piel blanca y los ojos verdes. Eso era todo. Gracias, he terminado".

Las mujeres lo miraron por un largo rato y … continuaron con su conversación, como si nada las hubieran interrumpido.